lunes, 24 de marzo de 2008

Suecia, paradigma del parasitismo

Suecia es paradigma en varios sentidos. Desde luego de la propaganda. De inmediato se identifica a Suecia con el paraíso terrenal, en forma de Estado providente que lleva a los ciudadanos de la cuna hasta la tumba, en una dictadura benévola y confiscatoria. Esta idealización está lejos de corresponderse con la realidad. Suecia es la nación europea con mayor índice de suicidios, drogadicción y abortos; las familias más emprendedoras emigran y su pirámide de edades es la más envejecida. Bate todos los récords en absentismo laboral y no hace más que aumentar: se ha doblado desde 1998. La tasa de paro se sitúa en torno al 15%, si se cuentan las diferentes categorías de ingeniería semántica que el sistema se ha ido abandonando para maquillar su patente fracaso: ‘trabajadores’ apuntados a proyectos estatales de ayuda al desempleo, que no sirven para nada, ‘trabajadores’ que reciben cursos y ‘trabajadores’ en desempleo latente. Incluso, Suecia, contraviniendo los acuerdos internacionales, no contabiliza entre los parados a los licenciados universitarios en busca de empleo. La productividad es muy baja: un médico sueco del sistema estatal ve a cuatro pacientes al día de media, porque consume entre el 50 y el 80% de su tiempo en trámites burocráticos. Si Suecia fuera un estado de los Estados Unidos sería el quinto más pobre.
Suecia es paradigma de parasitismo pues su intervencionismo lo es en un doble sentido: hacia dentro y hacia fuera. Internamente, ejemplifica el consumo por el socialismo, en cualesquiera de sus fórmulas, de energías vitales, recursos humanos y materias primas. La socialdemocracia sueca se instaló en una sociedad poco poblada, homogénea, con una fuerte ética del trabajo. Hoy es una de las menos emprendedoras y competitivas. Sólo una de las cincuenta empresas más grandes fue fundada después de 1970, cuando la noche socialdemócrata cayó sobre Suecia. En los años ochenta del siglo pasado, el sistema sueco se vio obligado a introducir fuertes rectificaciones: desde la regulación de sectores como la energía, el servicio postal, el transporte, la televisión, las telecomunicaciones, hasta leves reducciones de impuestos y la introducción del cheque escolar y acuerdos de la Sanidad estatal con proveedores privados. A pesar de ello, y por la presión fiscal confiscatoria (compulsiva, hasta el 60% de un sueldo medio) y el exceso de trabas burocráticas y sindicales, la economía sueca no ha creado un solo empleo neto en el sector privado desde 1950. La sociedad es especialmente incapaz de integrar a los emigrantes.
Lejos de ser un modelo, el sueco, lo es, en todo caso, de parasitismo. Ha podido subsistir parasitando de las naciones que no han seguido su senda. Sus exportaciones de madera, hierro y acero hacen que Suecia sea, de manera curiosa, un adalid del librecambio. Curiosa y contradictoria pues predica de puertas para afuera lo que abomina de puertas para adentro. La explicación es bien sencilla: si todas las naciones se hubiera instalado en el esquema conservador reaccionario del Estado intervencionista Suecia no hubiera podido subsistir. Y no lo hará en el futuro, porque la crisis que afrontamos es planetario, y no va a dejar a nadie fuera de la exigencia de liberalización.

No hay comentarios: