miércoles, 19 de marzo de 2008

Sangre, sudor y lágrimas, horizonte para las clases medias en esta legislatura

Sangre, sudor y lágrimas. Lo que vamos a tener los españoles en los cuatro próximos años no es otra cosa que sangre, sudor y lágrimas. No conviene engañarse, ni andarse con rodeos, ni poder cataplasmas a un modelo que simplemente no funciona, que no es competitivo.
Sangre, sudor y lágrimas. Porque nuestro modelo es ineficiente, tanto el económico como el político, y la conjunción de ambos produce una tormenta perfecta, difícil de sortear y en la que, por supuesto, podemos naufragar si cada uno no asume su responsabilidad. Para ese reto, estamos manifiestamente mal dirigidos. Zapatero no es la causa de nuestros males, aunque esté bien puesto a empeorarlos, sino el efecto, porque los males son más profundos que la enervante anécdota monclovita. El partido socialista no sólo se ha dedicado a negar la crisis, con lo que mejor y casi único que sabe hacer, la propaganda, sino que, además, su programa es un catálogo de despropósitos para profundizar en la crisis y llevar a la sociedad al conflicto y al colapso.
Sangre, sudor y lágrimas, porque el modelo estatista, de manos muertas, clientelar y prebendario, ultrareaccionario y tardo marxista, recibe un respaldo suficiente para seguir avanzando hacia el abismo y específicamente de las clases medias vasca y, sobre todo, la catalana, adormecidas por el sistema de expoliación de las clases medias al que el nacionalismo da dosis de perfeccionamiento masoquista.
Sangre, sudor y lágrimas, porque se pretende mantener la utopía, la quimera, la ensoñación perversa de que son los políticos, mediante coerción estatal y reducción de la iniciativa, los que pueden resolver los problemas humanos que dependen de la libertad y la responsabilidad individuales.
Sangre, sudor y lágrimas durante los cuatro próximos años porque vamos hacia la quiebra económica y hacia el colapso político y, a la postre, tenemos los que nos merecemos, lo que hemos edificado con cimientos de arena y en lo que estamos, a día de hoy, atrapados.
Sangre, sudor, lágrimas y paro y conflictos laborales e inflación alta y descenso del poder adquisitivo y aumento de la inseguridad ciudadana ese es el horizonte previsible de los próximos cuatro años, para una sociedad atenazada por la adoración al Estado, instalada en el servilismo de la compraventa del voto y en los caducos placeres de la expoliación de las clases medias.
Porque ni el modelo económico intervencionista ni el hiperinflacionado y expansivo modelo político funcionan, el ajuste va a ser de caballo y nada nos indica que tenga salida, porque el círculo vicioso de la economía ha empezado –la inflación al 4,4% y ya se ha dejado de mentir sobre descensos en primavera- y va a marchar como una bola de nieve, agrandándose, porque la inflación hace bajar el consumo, eso produce paro, el paro aumenta el gasto público, y vuelta a empezar.
Frente al rigor de los números, frente a la inexorable exigencia de la realidad, nada valen los arrullos de la retórica tardoprogre ni conservadora. Nada valen las mentiras, ni las dosis abrumadoras de propaganda que cada día se sirven, hasta el hastío en la pasada campaña electoral. No es Zapatero la causa de los males, sino su efecto, y su repetición indica que los males son muy profundos en la sociedad española. Porque, a la postre, una victoria de Rajoy no hubiera resuelto nada, más allá de interesantes paliativos, porque lo más grave es que el PP se ha presentado a estas elecciones como otra forma de socialismo, como otro intervencionismo de gestión, prometiendo un Ministerio más para cada problema.
Porque los partidos actuales han devenido en aparatos estatales que todos sufragamos (las primarias abiertas a todos tendrían que ser obligatorias pues todos somos militantes de todos los partidos, queramos o no) forman parte también del problema.
No es cierto que la economía se basa en la confianza como un criterio subjetivo, ni que nadie sea capaz de llamar a la crisis, ni tan siquiera estoy dispuesto a culpar a Zapatero, pues sólo es su administrador, un político profesional dispuesto a satisfacer suicidas demandas sociales para mantenerse en el cargo. No, el mal no es Zapatero, aunque pueda parecer la punta del iceberg, el mal, los males están instalados en la sociedad y eso hace más difícil su solución.
Sangre, sudor y lágrimas y paro e inflación, porque nuestro modelo económico no es competitivo, y el político está bien dispuesto a intensificar sus males, bien jaleado por buena parte de la ciudadanía, por la mayoritaria, incluso por toda, puesto que el PP ha ofrecido más de lo mismo con cosmética fiscal.
Sangre, sudor y lágrimas para la clases medias, atrapadas en el inmovilizado inmobiliario, expoliadas por canones y regalías.
Sangre, sudor y lágrimas para toda una sociedad casi por completo dependiente energéticamente, cuando la energía se dispara. Sangre, sudor y lágrimas para una sociedad que prohíbe los transgénicos y dedica el cereal y el maíz para combustible.
Sangre, sudor y lágrimas en aras de la hecatombe del Estado-providencia, de los políticos y los burócratas como los nuevos clérigos de la felicidad por cheques. Pero es lo que la gente quiere. A lo mejor va a resultar que las sociedades sí se suicidan. Cuando se hundía el Titanic, tocaba la orquesta. Sangre, sudor y lágrimas.

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